HECHO
PÚBLICO/ Por José A. Miranda
Las condiciones que gestaron el perímetro y la zona libre en la entidad
quintanarroense y su restauración en Chetumal, Por Primitivo Alonso Alcocer
En los albores de los años treinta, del siglo próximo pasado, comenzó un significativo despoblamiento de la antigua Payo 0bispo capital del entonces territorio federal de Quintana Roo, por el impacto de la recesión económica que agobiaba a la nación y que hizo crisis en 1931 con la devaluación del peso mexicano a tres por dólar y hundiendo al país en un marasmo de confusión por el acelerado crecimiento del precio de los insumos y el estancamiento de la planta productiva. Para colmo de males, un fuerte temblor sacudió a la naciente capital caribeña y algunos agoreros del desastre, aprovechando la ocasión, pronosticaron mayores males para la geografía más oriental de la república mexicana. Fue cuando el territorio federal fue arbitrariamente dividido en dos porciones geográficas correspondiendo la parte sur al estado de Campeche en tanto que la zona norte estaría bajo la egida del estado de Yucatán. El pueril argumento del presidente Pascual Ortiz Rubio en el sentido que la extinción jurídica del territorio era conveniente para las arcas nacionales pues significaba un ahorro de 48,000 pesos anuales por concepto de subsidio, era un contrasentido de carácter histórico. Nunca examinó que nada más por concepto de alcabalas por nuestra riqueza forestal el territorio era más que autosuficiente. Pasó por alto las delicadas circunstancias que gravitaron alrededor del nacimiento del territorio federal víctima del acecho constante de la pérfida Albión, desde territorios beliceños, y su avance inevitable hacia territorios nacionales de no poner un coto disuasivo a su expansionismo regional. Este evento histórico también sirvió para terminar con la guerra social entre los dzules y gran parte del pueblo maya, erróneamente llamada guerra de castas, que ensangrentó a la región durante más de medio siglo cediendo una gran porción del centro del territorio al último reducto de los combatientes mayas asentados en Chan Santa Cruz, hoy Felipe Carrillo Puerto. Para 1934 la novel capital caribeña estaba económicamente extenuada; el gobierno campechano había cancelado las oportunidades tanto políticas como administrativas a los locales en tanto que las alcabalas correspondientes al impuesto federal por la explotación de la madera preciosa y la resina del chicozapote, se destinaban a las arcas del vecino estado. Se había reducido significativamente el comercio con Belice y un gran número de pobladores sobrevivía de la cosecha de frutas y legumbres que sembraban en sus respectivas parcelas además de la cacería incipiente. Familias enteras comenzaron a emigrar a territorio beliceño y yucateco y algunos más a distintas ciudades de la república o de Centroamérica. No había mayores oportunidades, pocas fuentes de trabajo, el precio de los alimentos crecía constantemente y la población no estaba satisfecha con su nuevo estatus jurídico y por ello abandonaban la ciudad por un tiempo dispuestos a regresar cuando hubiera oportunidades y el hambre nos los atormentara. Así lo hicieron. Parecía que la pequeña ciudad estaba destinada a convertirse en un pueblo fantasma y, de no ser por la Flotilla del Sur y los soldados de la Guarnición de la Plaza y las recias familias fundadoras, hubiera dado la impresión de un polvoso pueblo de madera abandonado a su suerte. Por su posición geo estratégica no convenía al gobierno federal que la capital del recién creado territorio quedara en el abandono o en las más precarias de las condiciones. Fue en 1934 cuando el gobierno de la republica toma el toro por los cuernos creando la Comisión Intersecretarial compuesta por las secretarías de Estado que mayormente incidieran en el problema, delicada responsabilidad que presidiría el C. Ulises Irigoyen, representante del Secretario de Hacienda, comisión que visitaría indistintamente a Payo Obispo y Cozumel, las entidades más importantes del desvanecido territorio federal. Cozumel que también pasaba las de Caín aunque en menor grado por su flota de cabotaje y que al igual que isla Mujeres y Holbox no fue anexado a la geografía del estado de Yucatán en razón que el texto constitucional remitía la tutela institucional de las islas mexicanas al gobierno de la República, aunque la administración yucateca no quitaba el dedo del renglón. Desde la creación del territorio federal en 1902, fue el único lapso en que las islas se despegaron jurídica y políticamente del territorio federal actuando con cierta autonomía. Sin embargo, la federación consideró a la Isla de las Golondrinas en la agenda de la comisión intersecretarial y sería el primer punto de trabajo que visitaría el funcionario federal escuchando al vocero del pueblo cozumeleño, el Profesor Federico Bolio Yenro, quien sesgando la situación económica se plantó para manifestar la indisposición del pueblo cozumeleño para ser anexado al estado de Yucatán. Irigoyen sorprendido le manifestó que solo podía ser un correo para que supiera su sentir el presidente de la Republica dado que su encomienda era de otra naturaleza. Lo mismo sucedió cuando llegó la Comisión a Payo Obispo, los pobladores pusieron en un segundo lugar la situación económica y recibieron al alto comisionado con pancartas en donde se condenaba la arbitraria división del territorio federal entre los estados de Yucatán y Campeche. Los jóvenes Pedro Pérez Garrido y Primitivo Alonso Marín fueron los voceros del Comité Pro Territorio además de otros ciudadanos que hicieron uso de la palabra. Ulises Irigoyen no salía de su perplejidad; supuso que encontraría a un pueblo desgastado por la penuria económica y encontró a una ciudadanía resuelta que haciendo a un lado el hambre y la necesidad prefirió exigir su derecho a seguir subsistiendo como territorio federal, resistiendo la escasez de alimentos, que seguir en calidad de ciudadanos de tercera. Así se lo hicieron saber al presidente de la Comisión Intersecretarial que no salía de su asombro y apenas pudo balbucear “que aunque no era su cometido trasmitiría la solicitud del pueblo al Sr. Presidente de la Republica”. Había que hacer notar algo muy importante: formaba parte de la Comisión por el Sector Salud el Dr. Enrique Barocio Barrios, líder moral del pueblo Payo Obíspense y de ahí puso haber partido alguna señal para que se organizaran. Poco después tanto Payo Obispo como Cozumel habrían de tener el beneficio de ser declarados perímetros libres por el gobierno federal lo que propició que se incentivara la actividad comercial hasta que en la víspera de la conversión de Quintana Roo en Estado Libre y Soberano, se declararía zona libre abarcando a todo el territorio federal. Corría el año de 1972. Este régimen de excepción fue planteado para la capitalización de la iniciativa privada con un propósito de reinversión en proyectos productivos que coadyuvaran en la dinamización de la economía local lo que desafortunadamente no sucedió, salvo algunos empresario que invirtieron en Cancún, y, no obstante que don Javier Rojo Gómez se los ofrecía en charola de plata, encontró un mínimo eco su propuesta. La llegada del Tratado de Libre Comercio trituraría a la zona libre además que el gobierno de la Republica, observado los exiguos resultados en tratándose de una palanca para el desarrollo, dio por cancelada esta prerrogativa iniciando el declive de Chetumal al no contar con un dínamo supletorio además de la apatía de algunos desgobiernos. Ahora que el presidente electo Manuel López Obrador, entre otros beneficios, ofrece la restauración del perímetro libre en exclusividad para Chetumal para ayudarlo a salir de su postración económica, no dudo que el comercio organizado y otros particulares tendrían un motor encendido para coadyuvar con el desarrollo de esta franja fronteriza generando, así mismo, iniciativas rentables susceptibles de llevarse a cabo de acuerdo a la cuantía de sus ganancias, además de reglas claras para evitar la competencia desleal o improductiva. No hay que olvidar que México se convirtió en una gran zona libre por los efectos del TLC. Sin embargo, como dicen en el bajío, “algo habrá quedado”. Los errores del pasado deben ser irrepetibles porque se corre la posibilidad de una cancelación definitiva y entonces, ¿a quién encenderemos la próxima veladora?
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